
“Supimos de tu amor y decidimos seguirte. Tú amor nos empujó a salir de nuestra casa, dejamos el camino habitual para encontrarnos contigo en los pobres; quisimos sencillamente ayudar. Poco a poco comprendimos que el amor es entre iguales y tuvimos que elegir; habíamos descubierto un tesoro y no nos pesó venderlo todo para comprarlo”
(Misioneros Scalabrinianos)
Luego de nueve meses de ser voluntaria en la Casa del Migrante en Tijuana (CMT), el sentimiento que puede describir la felicidad que siento al estar aquí es el Amor. Amor que se ha visto a prueba incluso antes de llegar a Tijuana.
Salí de Colombia buscando oportunidades de estudio, me gradué en el 2016 y mi sueño era realizar una maestría en Terapia Familiar; mi salario me daba para ayudar a mi familia y mis gastos personales, pero ni pensarlo para ingresar a estudiar un posgrado pues eso hubiera implicado endeudarme por muchos años.
Me salió la oportunidad de vivir en Tabasco con el apoyo de una hermosa familia mexicana que desde su bondad me recibió cuando más lo necesitaba, pues ante dificultades personales todos mis proyectos se vinieron abajo, no tenía dinero ni un lugar donde vivir, antes de llegar a México pensaba que las cosas serían sencillas, pero enfrentarme a la realidad, ha sido en verdad un aprendizaje de vida en el que personas maravillosas como esta familia tabasqueña me han permitido seguir adelante con mis sueños.
“CONAJUM”: Congreso Nacional Juvenil Misionero en Tabasco, fue el lugar dónde escuché por primera vez de los Scalabrinianos y de la CMT, fue como un amor a primera vista, mi corazón empezó a latir muy fuerte cuando el Padre Jaime me habló del voluntariado, fue un sentir tan profundo que termine llorando pues vi muy claro mi camino y lo que debía de hacer, me conmoví pues eso implicaría dejar atrás nuevamente muchas cosas, en especial personas que me brindaron su apoyo incondicional.
La primera prueba de Amor: Luego de haber decidido mi fecha de viaje, el papá de una amiga que trabaja en Pemex encontró para mí una excelente oportunidad de trabajo, tenía un excelente contacto por lo cual sólo era presentarme para contratarme, me tembló el cuerpo para decir que no.
El amor a primera vista te enceguece, unos me han dicho que fue una locura… para mí lo ha sido, pero ha sido la locura más grande de amor y la mejor decisión, pues lo que he ganado en estos meses no se compraría con ningún salario en el mundo, confío en que hay un tiempo para todo y este es mi tiempo de estar aquí.

“Yo andaba de extranjero y tú me acogiste”: Es la primera frase que te recibe en la entrada de la Casa, y así me sentí, no tenía rumbo, ya había finalizado mi maestría y al haber pasado como extranjera “las duras y las maduras” como diríamos en mi país, me empezó a interesar el tema migratorio y el voluntariado, quería aportar mi granito de arena.
Tomé mis maletas, mi familia adoptiva mexicana me dio su bendición para irme al norte. Luego de quince horas de viaje en autobús y otras más en avión, este hogar me abrió la puerta a mi así como a miles de migrantes y voluntarios de todo el mundo, brindándome una calurosa bienvenida entre sus ruidos de ollas, la bomba del agua, la voz del voluntario de la mañana “¡buenos días caballeros a levantarse, 6:30 am el desayuno!”, el hablar de más de 80 migrantes en el patio, la campana de la iglesia tocada por el voluntario que motiva a todos diciendo “ánimo hermano”, la oración en la capilla a las 8:15am, los chistes y noticias del mundo y del clima del Padre Pat en el desayuno, los niños y niñas gritando y jugando, y así cientos de movimientos en un mismo lugar que al principio te confunden pero luego comprendes que es el aire de vida y esperanza que se respira diariamente en la CMT.
Aire que tuvo un cambio inesperado ante la pandemia que continuamos enfrentando hoy. Creo que ha sido compartida la inestabilidad emocional e incertidumbre ante esta situación, personalmente me cuestionó el hecho de estar aquí y no con mi familia, me atacaron miedos, preocupaciones y hasta el deseo de dejarlo todo para poder estar junto a ellos, sin embargo empecé a ver a mi alrededor y me di cuenta que todos y todas estamos sintiendo algo similar pues todos los voluntarios “dejamos todo por venir a servir” en una misma misión: ayudar a otros que la están pasando mucho más difícil que nosotros, como los migrantes que decidieron quedarse aquí en la Casa, los migrantes externos que se han quedado sin empleo y sin dinero para pagar su renta y aún peor los migrantes que continúan llegando a la puerta desde sus países y no tienen donde quedarse; en medio de esta situación continuamos siendo el único apoyo que tienen y más que eso somos su esperanza, su único hogar en Tijuana y su familia, muestra de ello son los migrantes externos que aunque ya no pueden ingresar por seguridad de todos vienen a saludar y a preguntar cómo estamos detrás de la reja, ellos también nos hacen falta a nosotros.
En este tiempo cada voluntario ha aportado desde su esencia muchas cosas valiosas para la Casa, entre ellas días de descanso y horas extras porque algo que nos une es que queremos que todos estén bien y que juntos podamos salir adelante de esto.
Una voluntaria hace pasteles para celebrar el cumpleaños de los migrantes, proponemos actividades para compartir con ellos (karaoke, gimnasia, relajación, talleres, películas, juegos, clases de inglés, de francés, espirituales, entre otras), voluntarias le enseñan a hacer galletitas y postres a los niños, al tiempo que cuidan de los enfermos de la casa pues en unos meses serán enfermeras.
A otra se le ocurren actividades de todo tipo como hacer una “Noche bohemia” alrededor de una fogata, para cantar canciones y que cuenten sus historias, cuentos, leyendas o poemas de sus países o de su camino.
Otros están pendientes de todo lo que hace falta y con su sonrisa y sentido del humor siempre nos apoyan en todas las ideas que tenemos y nos ayudan a mejorarlas. Al final del día nos reunimos luego de nuestro turno en la mesa para seguir hablando de las cosas creativas y a mejorar para el siguiente día, en medio de helado y carcajadas a las 10pm, que hacen asomar por la ventana al Padre Pat no para regañarnos sino para al contrario hacernos reír con otro chiste.
Así mismo, los migrantes han sacado a flote sus propios talentos (en la cocina, de arte, fútbol, sentido del humor, de canto, juegos de casino, otros con sus dotes de jardineros, panaderos, ingenieros, ¡hasta tenemos un peluquero!) para la ayuda de sí mismos pero sobre todo de sus compañeros, cada día nos sorprenden con sus ocurrencias y capacidades, creo que la vida no nos pudo haber regalado un mejor grupo de migrantes durante estos meses y definitivamente todo tiene un para qué.
Ser voluntario(a) de la CMT implica una entrega llena de amor, un amor paciente, constante, lleno de creatividad e iniciativa pero sobre todo de una gran apertura para aprender de los y las migrantes de la Casa, que desde su propia historia nos dan más de lo que les brindamos y que en este tiempo difícil han sido nuestro motor, el gran motivo de cada día para continuar levantándonos temprano y acostándonos tarde, se han convertido en nuestra familia y alegría; en medio de tanta angustia y tristeza que vive el mundo y el estar lejos de nuestros seres queridos, es un regalo de la vida que ellos sean una motivación para continuar y para tener esperanza.
¿Quiénes más que los migrantes para enseñarnos a soñar, a luchar en medio de la adversidad y a creer que la vida puede cambiar?, cuando son quienes continúan tratando de vencer a toda costa las fronteras y sus propios miedos para cumplir sus objetivos, sus sueños y los de su familia.
Jennifer Rossana López
Voluntaria Casa del Migrante en Tijuana, junio del 2020.