
En el subcontinente más paradójico, irónico y fantástico del mundo resulta hasta cotidiano pensar en que tenemos una cultura reactiva antes que preventiva o planificada, pero ante la menor crisis se pone en entredicho precisamente la capacidad de reacción. Acostumbrados al crecimiento inercial y la dependencia de pocos rubros, así como a la enorme desigualdad resultante, América Latina es un laboratorio gigante para analizar por qué nuestras economías viven sacudidas por las crisis pero cuesta demasiado aprender de ellas, asimilarlas y sobre todo no volver al mismo ciclo en el que las economías se contraen, los ricos se recuperan rápido y los pobres se vuelven más pobres al mismo tiempo que se profundiza la desigualdad.
En este sentido, la pandemia es una gran prueba para la capacidad de reacción frente a una doble crisis que no habíamos enfrentado en más de cien años: desde las trincheras de la defensa de la salud hasta los esfuerzos por reactivar la economía. Todo pasa por el cuidado de la gente y por su bienestar. Lejos de tener condiciones ideales, las batallas se libran desde la precariedad, la desigualdad y la insuficiencia, desde la escasa inversión en salud y en educación hasta la informalidad y las carencias que limitan cualquier reacción. Las economías latinoamericanas son un reflejo de cómo nos encontró la pandemia: en la informalidad, la precariedad, la desigualdad y, en muchos casos, la exclusión.
Resulta más que paradójico que los latinoamericanos estemos tan acostumbrados a las crisis pero tan poco habituados a salir renovados de ellas. Las recuperaciones no han derivado en un cambio radical hacia economías más planificadas o más equitativas, sino que se vuelve a la misma dependencia de materias primas y de pocos mercados, a las insuficiencias en cuanto a lo social, lo educativo y lo científico, así como a la política gatopardista de cambiarlo todo para que todo quede igual. Y como prueba de ello, ahí están la pobreza, el rezago educativo, los problemas de salud y, en su conjunto, el malestar social que explotó en varios países antes de la pandemia.
Si pensamos en el caso mexicano, hay que remontarnos al enigma del bajo crecimiento pese a tener todas las condiciones y pese a hacer bien los deberes. Detrás de lo económico, la cuestión educativa es fundamental para ajustarse a los requerimientos de un mundo cambiante y aprovechar las oportunidades de coyuntura. Con una economía lenta y pesada, dependiente en gran medida del mercado estadounidense, una de las conclusiones a las que llegaron los expertos que estudiaron el fenómeno hace más de una década es que sin mejorar la educación, será difícil mejorar la capacidad de reacción en lo económico.
Debido a la pandemia se aceleraron cambios ya se venían dando: desde la virtualización de las clases hasta el teletrabajo. Como nunca antes, la alfabetización digital se volvió urgencia y la investigación científica se volvió una carrera acelerada. La capacidad de reacción ya no debe ser una cuestión inercial sino de planificación y conocimiento.
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