
El mundo tembló en 2020, sacudido por una pandemia que desató todas las alarmas sanitarias y detonó y profundizó muchas de las crisis que se venían arrastrando. América Latina tuvo un impacto duro que hasta ahora trata de asimilar desde la desigualdad, la precariedad de los sistemas de salud, la pobreza de una buena parte de la población y las grandes carencias en el campo de la educación y la justicia social. El malestar que ya existía antes de la pandemia se ha seguido incubando al mismo tiempo que los contagios, los muertos y los empobrecidos aumentan en medio de una convergencia de crisis que sacude la salud, la economía y la vida cotidiana de las personas.
Si Orwell estuviera vivo, seguro habría ajustado su famosa frase para decir que en esta pandemia somos todos iguales pero algunos somos más iguales que otros. Aunque la Covid-19 no hace distinciones para contagiar, las sociedades injustas en las que se propaga ya contienen el germen de la desigualdad: los más pobres, los más necesitados, los que menos tienen, son los más vulnerables. Tanto para enfermarse como para no acceder a atención sanitaria o para enfrentar la crisis de la economía. La desigualdad es tan grande que traspasa las fronteras de la riqueza y los ingresos para manifestarse en la falta de acceso a la salud, a la educación más elemental y a la capacidad de sobrevivencia en tiempos de crisis.
La urgencia por detener los contagios y desarrollar una vacuna antes de que los precarios sistemas de salud colapsen reflejó en un espejo profundo el descuido y el olvido en la educación y en la ciencia y la tecnología. En América Latina no solo se invierte poco en educación sino que ese poco no se traduce en la calidad que se requiere para enfrentar las contingencias de un mundo exigente. Y a este escenario ya desfavorable se sumó un proceso abrupto de virtualización de las clases que no sólo evidenció la desigualdad en el acceso y en las condiciones para estudiar, sino las limitaciones para ajustarse a la nueva dinámica del conocimiento.
Pero más allá de la crisis sanitaria, la contracción de la economía, la pérdida de millones de empleos y el incremento de la pobreza, la desigualdad se ve en las posibilidades de enfrentar un momento crítico, en la capacidad de recuperación y en el acceso real a oportunidades que permitan una mejoría. Los que más riqueza poseen son los que pueden soportar por más tiempo cualquier crisis, los que se van a recuperar primero y los que tienen oportunidades reales para mejorar. Del otro lado, los pobres se hicieron más pobres, tardarán más en recuperarse y sus oportunidades son muy limitadas.
En este contexto, el caso mexicano es uno de los más complicados: la economía decrecerá cerca del 9 por ciento, se perdieron millones de empleos y la pobreza supera ampliamente la mitad de la población. Del shock pandémico debemos aprender que el escenario debe ser reconstruido desde una mayor y mejor inversión en salud y educación, así como desde priorizar esfuerzos y presupuestos hacia lo social, hacia la gente.
Foto: Miguel Á. Padriñán