
Desenvolverse con transparencia es fundamental en la vida de las personas y en los entornos sociales. Es la virtud más bella que se transforma en el acto más simple que puede expresarse en cualquier evento. Parte de un principio elemental, el de conocerse a uno mismo. Y para ello hay una pregunta que siempre exige honestidad a la hora de responder, ¿quién soy yo? Es aquí en donde hay que ser firme con los valores y justo con las apreciaciones acerca de nuestros vínculos con cada uno de ellos. Todas las asociaciones valorativas pueden ser favorables para la creación constante de nuestra historia cotidiana.
Jean Piaget (1896 – 1980), epistemólogo y psicólogo suizo, en el año 1942 enseñaba en el Colegio de Francia y de las clases que realizó durante ese tiempo nació el libro “La Psicología de la Inteligencia”; en dicha obra sostuvo que la vida afectiva y la vida cognitiva son inseparables, aunque distintas. Es así dado que cualquier intercambio con el medio que habitamos supone una valoración. Y señalaba que sería imposible racionalizar sin experimentar determinados sentimientos y a la inversa, expresaba que no existen afectos sin un mínimo de compresión. Por lo tanto, ese yo que se atreve a responderse a sí mismo está plenamente habitado por razones y emociones.
En el escrito citado, el maestro Jean decía que un acto de inteligencia supone una regulación energética interna, la que se compone de intereses, esfuerzos, aspiraciones, y una externa, como el valor de las soluciones pregonadas en un suceso puntual; además, dejaba claro que ambas posiciones son de naturaleza afectiva.
El ser vive inmerso en el mundo que construye y en ese espacio son determinantes las ideas relacionadas a la autopercepción. La sinceridad del yo se extiende ante los demás y eso posibilita la convivencia basada en la confianza.
La estructura del comportamiento habitual está impregnada de pensamientos a través de los cuales fluyen elaboraciones criteriosas con diferentes fines. En el pensar se halla el planetario de todas las libertades, ahí surgen las conexiones energéticas internas de Piaget y le dan una significación a las energías externas que se manifiestan. Entonces las elecciones son ideadas y apreciadas personalmente y tienen el respaldo del libre albedrío. De igual modo ante su proceder, así se responde con determinación y convencimiento.
El desarrollo progresivo del andar diario pide decisiones constantes. Lo que pasa es que hay polaridades que exponen al máximo los puntos directrices del actuar; entonces, se puede construir o destruir, se puede ser positivo o negativo, coherente o incoherente, respetuoso o irrespetuoso, educado o maleducado, solidario o egoísta, honesto o deshonesto y justo o injusto, por citar algunos ejemplos.
Para Piaget la conducta es un caso particular de intercambio entre el mundo exterior y el sujeto que la realiza. Y al ser concebida de esa manera supone la existencia de dos aspectos esenciales y estrictamente interdependientes, como son el universo afectivo y el cognitivo. Es la inteligencia inherente a la vida, es la inteligencia innata en cada ser, es la inteligencia que se debe cultivar y compartir; sucede que es la inteligencia la madre de las conductas. Y por lo tanto, la fuente de la sociabilidad.