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Es tiempo de equilibrio

Cuando se cuentan pocas semanas para que acabe este año, nos encontramos ante la gran contradicción de sentir que se trata de un año no vivido y de que al mismo tiempo ha durado demasiado. Como si la habitual cuesta de enero se hubiera extendido en tiempo y espacio de manera casi interminable, con pandemias, contagios, muertos, empleos perdidos y millones de personas más en la pobreza. La pandemia no sólo parece una cuesta infinita en lo sanitario, lo económico y lo vivencial, sino que nos recuerda el abismo en el que se reflejan de manera profunda todos los males que arrastrábamos antes del encierro

América Latina ya era injusta, desigual, precaria y pobre. Todo esto bajo la paradoja de que la riqueza  existente no se traduce en bienestar generalizado sino en la desigualdad más notoria del mundo. En este contexto la pandemia detuvo el avance de las economías y agudizó los males sociales. Las protestas en Chile, Colombia o Ecuador fueron síntomas de una enfermedad endémica que carcome la vida y las esperanzas de millones de personas. Estamos hablando de la desigualdad estructural que no sólo representa que una minoría concentra la riqueza mientras la mayoría vive en la pobreza, sino que tiende a ahondarse en lugar de comenzar a revertir la inequidad e ir hacia el equilibrio. 

Los latinoamericanos estamos acostumbrados a llamarle crisis al tiempo de mayor convulsión, aunque en realidad la crisis parece un estado permanente, con movimientos más abruptos cada cierto tiempo. Si pensamos que la economía chilena, considerada durante tres décadas como el gran modelo para revertir la pobreza, hoy se encuentra en crisis por el enorme costo social que representa haber profundizado la desigualdad, imaginen las grietas en las demás economías que no lograron revertir la pobreza e incrementaron la precariedad. Y no son solo ingresos, riqueza, rentas, empleos, salarios y bienes materiales sino que se trata de personas, familias y vidas condicionadas a la precariedad y la exclusión. Historias que se repiten y que deberían ser diferentes. 

Como botón de muestra, un reciente informe de Acción Ciudadana Frente a la Pobreza establece que la pobreza no solo se hereda sino que el lugar de nacimiento puede significar nunca abandonar la precariedad: el 67 por ciento de las personas que nacen en el sur de México -en los estados Chiapas, Oaxaca y Guerrero- en el rango de mayor pobreza, se quedan en dicho rango toda la vida. Sólo el dos por ciento de los nacidos en estas condiciones alcanzan a subir hasta los mayores ingresos. En México la movilidad social ya es baja: apenas 4 por ciento de los que nacieron en el rango más bajo de ingresos alcanza a llegar al nivel más alto. En los estados más pobres del país, esa expectativa se reduce a la mitad. 

Es tiempo de equilibrar el escenario y comenzar una recuperación. Para ello hay que extender el alcance y la calidad de la educación, combatir el rezago y la deserción escolar, así como extender las oportunidades hacia los rincones olvidados.

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Héctor Farina Ojeda

Soy un paraguayo en México. Periodista, profesor universitario, investigador, lector y cafetero. Escribo en @mileniojalisco y hago radio en @RadioUdGOcotlan

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