
La pandemia se llevó muchas de las certezas que teníamos. En la economía, en la actividad cotidiana, en el paso de un escenario a otro, en el futuro cercano. Si desde hace un par de años se hablaba de la incertidumbre debida a elecciones presidenciales, guerras comerciales, tratados no firmados y medidas arancelarias o restricciones intempestivas en el comercio internacional, imaginen cómo se profundizó la incertidumbre con la pandemia: la salud, la economía, la educación, todo está en una fase de transición inestable en la que la única certeza es que hay que dar el paso adelante.
Una muestra de esto la tenemos en la confianza del consumidor, que en el mes de abril tuvo la caída más pronunciada desde que se tienen registros, es decir, desde 2001, según la Encuesta Telefónica sobre Confianza del Consumidor que realizó el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). La misma encuesta, que tuvo que cambiar su diseño y hacerse por teléfono debido a la pandemia, parece una metáfora de la transición obligada en un contexto de incertidumbre. Los consumidores no solo sienten los efectos de la crisis económica frente al año pasado, sino que no auguran mejorías para los siguientes doce meses.
A nivel mundial estamos ante una crisis sanitaria gigantesca y una crisis económica descomunal, en tanto no se tiene la certeza de cuándo acabará la primera y se revertirá la segunda. La incertidumbre de los consumidores, los que no saben si mantendrán su empleo, los que no pueden asegurar sus ingresos, los que no saben si enfermarán o si el negocio en el que trabajan cerrará o cambiará de giro para sobrevivir, acompañará durante mucho tiempo las decisiones de inversión, de compra, de consumo. Volver a las actividades productivas dentro de la “nueva normalidad” no nos devolverá la certidumbre de antes, al contrario, nos posiciona en una especie de nueva incertidumbre.
El comercio, el turismo, los servicios, la industria, las actividades primarias. Todo tendrá que ajustarse a un nuevo escenario marcado por el riesgo sanitario, por nuevas tendencias de consumo, nuevas formas de adquirir productos y servicios, y nuevas necesidades de un mercado que cambia en forma abrupta. La mediación de la tecnología y el salto brusco al mundo digital son sólo muestras del abandono de la vieja normalidad y de las viejas incertidumbres: ahora nos toca explorar en forma acelerada en busca de oportunidades, de resistencia y resiliencia.
Los pronósticos para la economía mexicana no son nada buenos. Ni para el empleo, ni para los ingresos, ni para la reactivación. Y a esto debemos sumarle una cuota de incertidumbre para el consumo, para los proyectos, para las iniciativas en general. En China ya se reactivaron las actividades productivas, pero no la demanda, lo que indica que el consumo se recuperará muy lentamente luego de su caída rápida. Entre las crisis y la nueva incertidumbre, más que nunca se necesita un shock de certeza, un golpe de timón para la reactivación. Es tiempo de ideas revolucionarias y no de viejas recetas.
Doctor. Héctor Claudio Farina Ojeda / @hfarinaojeda
Periodista, Profesor Universitario e Investigador