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Lo público debe ser bueno para todos

La pandemia de covid-19 fue el más duro golpe a la precariedad que durante décadas se engendró en América Latina. No sólo exhibió la desigualdad, la pobreza, la insuficiencia de nuestros sistemas de salud y la mala calidad educativa para enfrentar la contingencia, sino que mostró el profundo malestar de una buena parte de la población, así como el divorcio con los gobernantes, algunos ensoberbecidos en sus discursos pero muy alejados de las realidades de la gente. Contagios, fallecidos, encierro, pérdida de empleos, pobreza, injusticias: como nunca antes la convergencia de crisis sacudió el frágil subsuelo del subcontinente más desigual del mundo.

La mirada latinoamericana percibe esa hermandad que tenemos en nuestras rarezas: el destino de vivir en países ricos que han sido sistemáticamente empobrecidos, con el resultado que hoy tenemos con millones de personas en la pobreza, lejos de sistemas educativos de calidad, y excluidos del pregonado acceso a la salud. No es casualidad que la pandemia genere tanto daño en países que tienen daños estructurales, que funcionan desde la desigualdad y la injusticia, con sistemas de privilegios que benefician a muy pocos pero que excluyen a demasiados. Con la riqueza concentrada en pocas manos y la pobreza distribuida ampliamente, América Latina ya soportaba la epidemia de la precariedad.

En este contexto, la pandemia no sólo vino a romper la salud y la economía sino que profundiza muchos de los males con los que hemos convivido desde siempre. Pero más allá del incremento de la pobreza, de la profundización de la desigualdad y de la precarización de un mundo ya bastante frágil, uno de los grandes riesgos es que los efectos económicos pandémicos se vuelvan parte de la estructura y se queden durante mucho tiempo, lo que quiere decir que la pobreza crezca y permanezca, que los empleos y las oportunidades sigan siendo precarios y que los escasos ingresos sigan frenando los intentos de mejoría.

Revertir la desigualdad es uno de los grandes retos latinoamericanos. Y uno de los primeros pasos que podemos dar para enfrentar este mal endémico es recuperar lo público: para todos y con la misma calidad. La educación, la salud, la cultura, los espacios: cuando son deficientes, excluyentes, marginales y precarios generan una mayor desigualdad que refuerza el sistema de privilegios en el cual los que tienen dinero pueden emigrar hacia lo privado y vivir en burbujas ajenas a todos aquellos que viven en condiciones de pobreza y que deben resignarse a lo que haya.

La salud y la educación públicas son fundamentales para revertir la desigualdad. El pensador colombiano Bernardo Toro dice que la educación pública es un indicador fundamental para minimizar la desigualdad: hay que asegurarnos de que la educación que reciben las personas con escasos recursos sea igual de buena que la que reciben los ricos. Igualados en la calidad educativa y de salud, seguramente habrá más oportunidades de construir espacios menos injustos. Lo público debe ser sinónimo de calidad e inclusión.

Foto de Gustavo Fring en Pexels

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Héctor Farina Ojeda

Soy un paraguayo en México. Periodista, profesor universitario, investigador, lector y cafetero. Escribo en @mileniojalisco y hago radio en @RadioUdGOcotlan

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