
Vivimos en un escenario desigual, con oportunidades desiguales y estamos en pandemia. Esto nos trae el enorme riesgo de profundizar más la enorme brecha que separa a la gente por condiciones de ingreso, de riqueza, de acceso a la salud, la educación y, en general, en su calidad de vida. Y uno de los mayores daños podría darse en la movilidad social, que en términos simples se refiere a las posibilidades de las personas de ascender en su nivel socioeconómico: si antes de la pandemia ya se tenían oportunidades reales escasas de salir de la pobreza habiendo nacido en ella, el escenario que nos espera con la crisis económica y sanitaria no es alentador.
El 74 por ciento de los mexicanos que nacen en la base del escalafón social, es decir con el menor nivel de ingresos, no supera nunca la condición de pobreza, en tanto el 47 por ciento de los hijos de padres en condiciones de pobreza se mantienen en el mismo nivel durante su vida adulta, según el Informe de Movilidad Social en México 2019, del Centro de Estudios Espinosa Yglesias. Sólo 26 de cada 100 personas nacidas en pobreza alcanza a superarla a lo largo de su vida, mientras que tan solo el 4 por ciento de los que nacen en en el nivel más bajo de ingresos logra ascender al nivel más alto. Esto nos habla de una movilidad social muy limitada en una población que tiene una pobreza en aumento y una enorme necesidad de conseguir oportunidades reales para mejorar su condición de vida.
Si ubicamos a México en el contexto internacional, ocupa el lugar 58 de un total de 85 países estudiados en el Índice de Movilidad Social del Foro Económico Mundial, muy lejos de las naciones nórdicas como Dinamarca, Noruega y Finlandia, que ocupan los primeros lugares y que destacan por tener economías menos desiguales, con mayores facilidades para el ascenso socioeconómico, así como los índices de calidad de vida más altos del mundo. Dicho de manera más sencilla: nacer en la pobreza o en alguna región de escasos recursos significa una carga muy pesada que se puede arrastrar siempre, pese al esfuerzo. Y un sólo dato para graficarlo: 86 de cada 100 mexicanos nacidos en los hogares más pobres del sur del país nunca superan la pobreza.
Con una movilidad social baja, anclada en una economía desigual que antes de la pandemia ya contaba 52 millones de personas en la pobreza y que en las siguientes mediciones podría superar las 70 millones, una de las urgencias es pensar no sólo en cómo contener la crisis y emerger de ella, sino en cómo ampliar la puerta de las oportunidades reales para que la gente pueda mejorar su nivel socioeconómico. Tanto la educación, el trabajo, el sacrificio y la meritocracia están en entredicho ante una enorme desigualdad de oportunidades y una puerta muy estrecha por la que pasan pocos.
Para generar oportunidades reales para la gente, podríamos comenzar con la educación pública y la salud pública: si son de calidad para todos, contribuirán a disminuir la desigualdad y favorecer la movilidad. Pero si la injusticia viene de ahí, más adelante no se corregirá.