
Es el comienzo, es el instante en donde todos los instantes confluyen. Se reúnen en el presente. Un corazón y un presente, todos los corazones y todos los presentes. Si el amanecer existe, es porque la eternidad existe. Si uno amanece, la vida amanece. El universo te agradece tu luz. La humanidad brilla, y lo hace al verte. Es tu comienzo, el comienzo de cada ser que siente tu presencia.
Es el sí de Whitman, ese que vivió en su canto, es el tiempo de Agustín, en su búsqueda inicial, es la música de Bono, es la palabra de Siddhartha, es cada día de ese recorrido emblemático descripto por Hesse. Es el que es, el que ilumina a todos, allí está, estuvo y estará; vaya astro genial, su energía no tiene precio, se adquiere con atención.
Si esos pájaros carpinteros pudieran expresar en palabras la aparición de su impactante nacer, quizá el canto no sea canto y se transforme en un llamado a admirar ahora mismo su estampa en lo celestial.
Gigante para los voladores, esos que allá van, que han tomado aire para desplegar sus alas, esas que llevan a sentir que en el trayecto está la alegría, la ferviente pureza del afecto, el que se vive mientras se transita hacia el corazón de la eternidad. El ser y su tiempo, el ser y su pureza, el ser y su trascendencia. El vuelo del ser, la alegría de admirar.
Esos lindos pichones deslumbran, “…me gusta ver entre los árboles el juego de luces y de sobras cuando la brisa agita las ramas”, escribió Walt Whitman. Allí se posan para deleitarse del aroma del presente. Se pierden entre hojas, aparecen, cantan y elevan la mirada, sí…, se conectan con la luz de las luces, mientras contemplan lo que también contempló Marco Aurelio, formándose un acercamiento entre especies, es la vida y su diversidad de orquestas.
El bosquejo diseñado en ese circuito sin techo se constituye en una maqueta imaginaria, son artistas de los sueños que producen, inspiran cualquier esfuerzo, crean la puesta concreta que homenajea la existencia.
¡La belleza existe!