
HÉCTOR FARINA OJEDA
Entre la pandemia y la economía, entre la carrera por la vacunación y la amenaza de una siguiente ola de contagios de Covid-19, el dato de la inflación le añade presión a un escenario de variables complejas: en la primera quincena de marzo los precios registraron un incremento de 4.12 por ciento con relación al mismo periodo del año anterior, de acuerdo al informe del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). Esto se debe fundamentalmente al aumento en el precio de los energéticos y de algunos productos de la canasta familiar. Lo preocupante es que no sólo sobrepasó las estimaciones de los expertos y quedó por encima del rango de más o menos 3 por ciento fijado por el Banco de México, sino que se da en un momento de convergencia de crisis.
Los datos del año pasado muestran las secuelas de la pandemia: una caída de 8.5 por ciento en la economía, una pérdida de 8.4 por ciento del ingreso por habitante, así como una notable pérdida de puestos de trabajo. De los 12 millones de empleos que se perdieron o inactivaron debido a la contingencia, todavía no se recuperan 2.4 millones. Esto equivale a que justo cuando la economía vive su peor momento en los últimos 90 años en cuanto a generación de riqueza, justo cuando la pobreza se incrementa y se agudiza, aparece la presión de los precios de los productos y servicios de consumo básico.
Si hay un indicador que había estado controlado en los últimos años es el de la inflación. Aunque, como sabemos, en comparación con el crecimiento de la economía, es decir con la generación de la riqueza, no nos fue bien: los precios suben el doble que la generación de riqueza. En una población empobrecida que no alcanza a cubrir los costos de lo básico, cualquier suba de precios genera más empobrecimiento por la pérdida del poder adquisitivo. A la gente ya no le alcanza el dinero, cada vez puede adquirir menos y esto impacta en su calidad de vida.
Esta presión adicional hace mucho más complejo el enorme reto de reactivar la economía al mismo tiempo que se combate una pandemia, así como de hacer que la recuperación tenga un efecto directo y rápido en los sectores que más lo necesitan, en aquellos que perdieron sus empleos, que se empobrecieron más y que requieren de apoyo urgente. En una economía golpeada por la pandemia, con fragilidad en el mercado interno, la disminución del poder adquisitivo de la gente no sólo es signo de precariedad sino una limitación para la recuperación.
El escenario es complejo y las presiones son muchas. Y así como la pandemia aceleró procesos de digitalización y nos lanzó a la economía digital y del conocimiento, así estamos obligados a repensar la economía desde lo solidario, lo colaborativo y lo más equitativo. El gran desafío está en lograr una recuperación sin profundizar la desigualdad, sin hacer que un avance hacia la nueva economía signifique un rezago del que millones de personas no podrán recuperarse. Y no se trata sólo de México, es el espejo de toda América Latina.